Últimamente la prensa se ha llenado de columnas, notas y entrevistas sobre seguridad social. Esta es una más, pero con un enfoque diferente, que tiende puentes con otro de los temas que, especialmente en marzo, atrae nuestra atención: el género.
¿Por qué ahora hablamos tanto de seguridad social? Porque la reforma del sistema se avecina, y eso puede cambiar las reglas de juego para los trabajadores en el corto plazo. El viernes 19 de marzo la Comisión de Expertos en Seguridad Social, creada por la ley de urgente consideración para asesorar sobre la reforma de la seguridad social, aprobó su primer producto, el informe de diagnóstico.
En esta nota se abordará un aspecto de la seguridad social: la previsión social, es decir, las jubilaciones y las pensiones. En este contexto, parece relevante detenernos a evaluar cuáles son las diferencias que encontramos entre mujeres y varones en las jubilaciones y pensiones, de dónde provienen y qué se puede hacer para revertirlas. Esta columna ofrece esa mirada, y la oportunidad de cuestionar los supuestos sobre los arreglos familiares en los que se apoya la previsión social.
No me vas a creer...
En Uruguay no hay grandes diferencias entre mujeres y varones mayores de 65 años en la cobertura de las jubilaciones y pensiones. O sea, la proporción de mujeres y de varones que tienen una jubilación o una pensión es muy similar. Y además es muy alta, en el entorno de 90%, desde hace muchos años.1 Esto es una excelente noticia, y no es lo habitual en gran parte de los países de la región.
Pero la cosa se complica cuando empezamos a mirar con más detalle. La gran mayoría de los varones cobra jubilaciones (85%, aproximadamente), pero entre las mujeres la cobertura de las jubilaciones es menor (del orden de 65%). Las mujeres son las principales perceptoras de pensiones, poco más de la mitad de las mujeres mayores de 65 cobra una pensión, mientras que entre los varones no llega a 10%. Y esto afecta directamente el monto de las prestaciones que reciben, porque las pensiones son en promedio menores que las jubilaciones. Así, en 2013, por cada 100 pesos que cobran los varones en jubilaciones y pensiones, las mujeres cobran 79.
Gran parte de estas brechas se originan en la vida activa de las personas. Las mujeres participan menos en el mercado laboral, trabajan menos horas, tienen más interrupciones en su carrera laboral y perciben sueldos menores. Todo esto se traduce en menores aportes a la seguridad social (al BPS y AFAP), tanto en densidad (cantidad de meses durante los que aportó) como en monto. De este modo, las desigualdades entre mujeres y varones en el mercado laboral durante la etapa activa de la vida se perpetúan luego del retiro.
La cuestión es que gran parte de estos desbalances en el trabajo remunerado se explican porque las mujeres destinan muchas más horas que sus parejas varones al trabajo no remunerado. Y esta cantidad de horas está muy relacionada con la familia en la que se encuentran. Con datos de la Encuesta de Uso del Tiempo del 2013, Marisa Bucheli y coautoras2 estiman las horas de trabajo no remunerado de mujeres y varones en distintos tipos de hogar. Encuentran que las mujeres realizan menos horas de trabajo no remunerado si viven solas que si viven en pareja y sin hijos. Para los varones es al revés: realizan menos horas de trabajo no remunerado cuando pasan a convivir con una pareja. Además, si tienen hijos, las horas de trabajo no remunerado de las mujeres casi se duplican en comparación con las que realizaban cuando no tenían hijos, alcanzando las 50 horas semanales en promedio. Esto equivale a un trabajo de lunes a viernes de diez horas por día. El trabajo no remunerado de los varones también aumenta cuando tienen hijos, pero sólo alcanza las 21 horas en promedio por semana.
¿Hasta que la muerte nos separe?
Los sistemas de seguridad social resuelven esto asumiendo que la jubilación del varón, del esposo, es suficiente para mantener a los dos miembros de la pareja, así como lo fue el sueldo del varón durante su vida activa. Y por las dudas, y como las mujeres viven más que los varones, existe la pensión por supervivencia o por viudez, que entrega la jubilación del esposo a la mujer si (cuando) este muere.
Los modelos de seguridad social actuales están basados en un modelo de familia que es cada vez menos frecuente. La tasa de separaciones y divorcios aumentó muchísimo en los últimos 30 años. Por ejemplo, en 1985 menos de una de cada diez mujeres de entre 35 y 50 años estaba divorciada o separada; pero en 2018 esta situación se duplicó y abarcaba a una de cada cinco mujeres de esas edades.
Esto es una buena noticia, porque las personas tienen ahora mucha más libertad para estar o no estar en pareja con quien quieren. Pero también implica que los arreglos sobre los que estamos basando la seguridad social están resquebrajándose, y esto tiene consecuencias importantes sobre las prestaciones a las que acceden las mujeres en la vejez. Al limitar la independencia económica de las mujeres, algunas pueden entender que no se pueden separar, dado que no tendrían ninguna fuente de ingresos en la vejez.
Es importante entender que las familias toman decisiones a la interna que determinan la distribución de tareas no remuneradas y de trabajo. En el mejor de los casos, estas decisiones se toman en conjunto y sin presiones. En el peor, están basadas en presiones y restricciones impuestas por las normas culturales, los prejuicios, el machismo y las capacidades de cada miembro de la familia de negociar. Pero en todos los casos no sólo se resuelve el trabajo remunerado, también el no remunerado. Y sin el aporte del trabajo no remunerado de las mujeres, sería imposible que los varones trabajaran y se reprodujeran.
Como vimos, esto tiene consecuencias en los riesgos que corren las mujeres en la vejez, porque ellas (nosotras) tienen un riesgo mucho mayor de no acceder a una jubilación, o de acceder en condiciones desventajosas.
Los modelos de familia cambiaron, ¿y la seguridad social?
Hay algunas herramientas para atenuar o cambiar estas desigualdades. La más tradicional es la bonificación por hijo, que existe en Uruguay desde 2008. Lo que busca esta herramienta es compensar las interrupciones laborales de las mujeres cuando tienen hijos y reconocer el trabajo no remunerado que han realizado. En Uruguay la forma en que se implementa esta herramienta es otorgar un año de contribución por cada hijo, con un máximo de cinco años. En otras palabras, hace como si las mujeres hubieran trabajado un año más por cada hijo que tuvieron, sin importar si efectivamente dejaron de trabajar remuneradamente o no. Esta solución tiene una perspectiva individual; compensa (parcialmente) por el trabajo no remunerado realizado, pero no resuelve el problema definitivamente.
Hay otras herramientas más recientes que se basan en incorporar en el propio diseño del sistema el hecho de que los modelos de familia cambiaron. De forma muy simple, estas herramientas consideran los aportes a la seguridad social (al BPS o a una AFAP) durante la vida activa como bienes gananciales, que hay que repartir de algún modo en caso de separación o divorcio. Son muy interesantes, porque el diseño se hace cargo de los cambios que hubo en las familias, y reconoce que las decisiones de trabajo y reproducción son de a dos y sus consecuencias también son para los dos. Hasta ahora, en las aplicaciones que existen en el mundo (en Chile o Canadá, por ejemplo), esta distribución no es obligatoria, sino que es una opción que las personas pueden exigir o solicitar (según el caso).
Más allá de esto, lo importante es que al momento de pensar una reforma de la seguridad social se debe tener en cuenta cuáles son los modelos de trabajador y de familia que estamos dando por sentados, y que los efectos del diseño del sistema pueden ser diferentes para mujeres y varones.
Agradezco los comentarios y aportes de Verónica Amarante, Fernando Esponda, Estefanía Galván, Lucía Vázquez y Victoria Tenenbaum. Esta y otras notas del Lado F pueden encontrarse en economialadof.wordpress.com.
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